jueves, 21 de mayo de 2009

Los olvidados

Fueron un grupo de cuatro que soportaron aventuras y contaron anécdotas, fueron confidentes y asesinos de letras, cuadernos, encendedores dorados y pingüinos de papel. Se enfrentaron a ballenas apestosas y esqueletos peludos.Se envolvían en los perfumes del alcohol, desamores, confusiones, fantasmas silvestres y otros tantos castillos aereos.

Hoy los olvidados cayeron en la rutina de su nombre, trabajan, tienen proyectos, sueñan, estan solos. Alguna vez recordarán sus aventuras atrás y reirán de tanto mal humor que hubo.

martes, 3 de marzo de 2009

Enésimo escupitajo mental



Si te gusta tanto debes desenfadar
enhorabuena perra, vamos a andar
por el valle de las lágrimas, del rencor,
ahí llenas tus miserias
cual deseo de chiquillo
tu sangre de ropa,
tu piel de acero
¿a quien le gustas si no es al otro?
Los demás desconfían, escupen
tú les cortas el cuello,
mueren destripándose de espuma de cerveza,
pisoteando tus senos de arena.

Algunos estolidos del sistema
se atreven a desperdiciar
las centésimas de otros
y llenar de piedras el mar de la odisea.

Miren, imberbes a este rincon,
una lágrima de niño,
plumas de inanición,
maderas de confusión.

Adelante, sufre, altera, determina
pero nunca dejes de iluminarte en la oscuridad
de la dicha y de la felicidad

lunes, 12 de enero de 2009

maestro Benitez.

Hay que cumplir con un tiempo desconocido
tan largo y creciente en cada tarde,
ahora, solo ahora ...cuando llueve otra vez
y se ocultó la claridad y
toda plenitud es necesaria.
Hoy mirar hacia atrás
¿cuándo , donde, a qué horas?
después de llover,
después de la lluvia.
De un lado el arcoiris,
por el otro lado tal vez ...solo tal vez,
cuarto y cobijas.
Mejor sillas vacías,
mejor la radio sonando,
mejor la salida iluminada;
mejor una mesa de madera,
un vaso usado...
Las meseras moviéndose.
Sobrevivir a pesar del cielo y de su furia;
este cielo que no es cielo, sino frente,
calle, palmera y bastante soledad.
Sobrevivir a odios y semejanzas,
sobre todo a las semejanzas,
y simplemente estar junto a la espuma,
eso.
Ni para un lado, ni para otro...
estar pensando, estar pensando...
ser
con todos los odios y los afectos cumplidos,
otra época planetaria,
sencilla,
como un clavado en aguas cristalinas.
Ser en una tarde olvidada...
cualquier plática.
Y entonces a su amparo...
la sal cae como lluvia sonora
sobre la hoja blanca,
alguien sopla
y mueve la hoja
la sal,
la lluvia,
la tarde,
la blanca armonía del instante
en que la ciudad nos recorta
en cada ventana.

José. G. Benítez Muro

sábado, 10 de enero de 2009

UNA DEFINICIÓN

El encanto de ciertas personas se encuentra en que no son conscientes de sus encantos y por eso saben llevarlos con naturalidad. El arte de no saberse “artístico” es tan antiguo como el mundo y el ejemplo más contundente de su especial mecánica puede apreciarse en la naturaleza, ese ser que nos cuestiona y no se cuestiona a sí mismo. He ahí la clave del éxito de aquello que atrapa nuestras miradas.

Si le hubieran preguntado si se consideraba una persona con “encanto” hubiera contestado negativamente. No lo sabía y no le interesaba. No había pensado en ello. Se limitaba a vivir, a respirar, a continuar corriendo en su pequeño mundo que rara vez giraba fuera de su eje. A lo largo de los años se había fabricado una rutina tan cuidadosamente engranada que era indispensable un cataclismo cósmico para hacerlo variar de actividades.

Por supuesto, de vez en vez algo pasaba y por instantes, minutos y horas su mundo se pintaba de otro color. Los amigos, el clima, el tránsito, los cambios en la cartelera del cine. No se negaba esos pequeños placeres, esos lazos con la humanidad. No se puede ser siempre un misántropo, es necesario cambiar de máscara y de disfraz, fabricarse otra faceta. Lo hacía con gusto, era divertido y hasta agradable detenerse frente al espejo y encontrar otros guiños en su mirada, una luminosidad distinta. Pero ambos, el original y la copia, sabían que no era permanente, que era parte del juego. Por unas horas, bien valía la pena correr el riesgo.

Escaparse de sí mismo era como arrojarse al vacío sin paracaidas. Era observar cambiar un paisaje ya conocido, pasar del otoño al invierno y del invierno a la lujuriosa primavera. Era sonreirle a un extraño. La sensación de vértigo resultaba asfixiante.

Su vida cotidiana estaba plagada de minúsculos acontecimientos triviales que no osaba desdeñar.

Una noche se había sorprendido calculando cuantos preciosos segundos tarda una lágrima en resbalar por una mejilla para finalmente disolverse en el pavimento.

No se permitía quejarse en voz alta. Aceptaba con cierta ironía el camino que había elegido. No negaba sus sinsabores, sus accesos de amargura, su rabia irracional, su imperfección, sus ridículas demostraciones de genialidad. Sí, podía ser antipático, antisocial, anti humanidad; lo era, pero también podía ser necesario.

Su encanto era la suma de sus imperfecciones físicas, emocionales, tal vez espirituales: los ojos tristes llenos de una absurda esperanza, las manos de pianista, una igenuidad –para ciertas cosas- inusitada cuando se tienen más de veinticinco años, un toque de picardía, de maldad, el egoísmo astutamente disfrazado de necesidad; su secreta angustia y sus muchos miedos.

No parecía ser así.

Eran tan él, tan normal. Sus amigos lo describían como “serio, agradable, raro”, y a él le gustaba. La ambigüedad era satisfactoria. Era bueno no decir, no ser, perderse en la masa. No tenía nombre ni domicilio para el mundo, sólo para los allegados, y eso era suficiente.

Una noche se había descubierto hablando en voz alta en una calle vacía y sonrió al darse cuenta que amaba el sonido de sus palabras.

Como muchos solitarios, usaba bufanda, lentes y cargaba a todas partes el libro en turno. Tolstoi, Murakami, Shakespeare. Leía con voracidad, sin orden, dos o tres a la vez, engullendo las palabras como si hubiera ayunado toda la vida. Y no comía mucho, porque la comida no es necesaria para vivir.

A veces reía tanto que no percibía el instante en que la risa se había convertidó en llanto. Entonces se levantaba y caminaba de un lado a otro con las manos en la cara, ocultando la evidencia. ¿Y para quién la ocultaba, si en la haitación no había nadie más? Por supuesto, la ocultaba para el ser que en cualquier momento podía salir de sus entrañas y burlarse de sus debilidades.

Una noche se abrazó a sí mismo y ese abrazo lo rescató de la muerte.

Muchas personas lo habían mirado alguna vez con cierto interés, lo habían amado y lo habían odiado. Algunos lo habían idolatrado. Él no sabía, no había querido saberlo. ¿Para qué?

Se estaba acostumbrando demasiado a la soledad. Se estaba cubriendo de hielo.

Era otoño. Amaba el otoño, con sus luces melancólicas y sus árboles desnudos, con su frío y sus promesas. Lo amaba, a pesar de los escaparates que venden las fiestas de fin de año como quien come pan frente a los pobres.

Eran las cinco de la tarde. Entró al café de siempre y pidió lo mismo que cada viernes, para hacer honor a su rutina: chocolate con menta. Se sentó en su esquina, junto a la ventana. Puso su libro sobre la mesa y la bufanda a cuadros sobre el asiento. Otro atardecer literario. Si se cansaba de leer, podía desviar un poco la vista del papel e internarse en la compleja poesía de la ciudad.

La ciudad. A pesar de todo, la amaba.

Del otro lado alguien dibujaba sus movimientos, deseando poder pintar sus pensamientos sobre ese cuerpo.

Lo observaba. Sí, claro, no iba a negarlo. Tenía el encanto de lo sencillo y una belleza particular que en ese momento no podía describir o clasificar.

Era patético pensar así de un desconocido, pero hay hábitos que no pueden eliminarse.

A las 7:30 se levantó, pagó los tres chocolates con menta que había bebido, guardó su libro, se anudó la bufanda al cuello y salió a saludar a la ciudad y sus luces, sus escaparates de lujo, sus avenidas y sus calles, sus silencios y su magia.

Alguien no dejó de verlo hasta que se perdió entre la muchedumbre.

Esa noche, al acostarse, se preguntó si su vida estaba cambiando porque se sentía tontamente feliz.

En otro lado alguien sonreía en la oscuridad, preguntándose si esa cosa absurda que los entendidos llaman amor existe.

Perla Mendoza

miércoles, 7 de enero de 2009

Porque existen hombres que hieren,

que arrebatan,

que enjuician y esconden,

la palabra ha de ser eterna para poder herirlos.

En medio del fuego,

un viejo advierte la presencia de un niño,

va hacia él,

lo cubre con su cuerpo.

El niño juega despreocupado,

el anciano gime lacerado.

Un poeta observa su mano amputada,

deja ir a una paloma mensajera,

confía en que ella traerá de regreso,

una pluma y un poco de silencio.

El niño juega despreocupado,

no sabe que no jugará más,

La ciudad del desencuentro no sirve para jugar.

Nada de misericordia,

para el que no tuvo piedad por un desierto desangrándose.

Para acecharlo la memoria ha de ser eterna,

la palabra ha de ser eterna.

Porque palabra somos,

hemos de permanecer con vida,

para poder herirlo.

Carla González Canseco.

lunes, 5 de enero de 2009

Primer desencuentro, segundo desencuentro, tercer desencuentro

Hola. Este es mi primer texto para el libro de los desencuentros, espero lo disfruten.

Bueno para los que no lo saben el libro de los desencuentros es un proyecto que pretende crear un libro colectivo, con textos de todo tipo y sin ninguna regla.

A su vez, esperamos que puedan enviarnos algún texto de su autoría para que estos desencuantros sigan creciendo.

Feliz día de reyes.

Carla P. Gonzalez Cánseco


Primer desencuentro.

El sentido de las cosas.


La confusión se convierte en claridad y entonces descubro que no somos nada importantes. Solo seres lo bastante simples como para pender de un hilo, lo suficientemente pedestres para depender de una mezcla de nitrógeno, oxigeno, anhídrido carbónico, un poco de argón, xenón y nitrógeno, todas ellas substancias insensibles, asexuadas, gases que flotan inconscientes y se revuelven unos con otros debido a una mera casualidad.

Sin embargo, debemos también entender que cada cosa constituye un suceso único gracias a nosotros, a estos pequeños insignificantes capaces de percibir. El reflejo de un rayo solar sobre un balde de agua se convierte en evento cósmico debido a una rara circunstancia., una muchacha que lo observa y se conmueve al tocarlo.

Somos pensamiento y pensamos poco, el pensamiento aspira a la verdad, quiere una ciencia siempre completa y absoluta, no una parcial, el misterio desespera y lleva a nuevas búsquedas, ya desde niños nos pervierte la duda.

Sentimos gran desprecio hacia nosotros mismos, luego de darnos cuenta, lo poco que hemos logrado utilizar las ideas con el objeto para el que nos fueron dadas, y atormentados dejamos de aspirar a la divinidad, ya que no hemos imitado en lo más mínimo su obra creadora.

Humanidad infantil y hueca que permanece en el mismo estado mediocre a pesar del tiempo, del movimiento y del espacio. Porque pienso me percibo, porque me percibo soy, porque soy al percibirme, mi único objeto es pensar, y me invade el enorme deseo de solo ser eso, pensamiento puro viajando a gran velocidad. Pensamiento que transforma cualquier metal en oro, e indaga hasta encontrar la piedra filosófica que siempre ha sido parte de su propio contenido.

La tristeza de la carne viene a estorbarme de vez en vez, sin embargo, hace ya algún tiempo que supe de las letras y las ciencias, desde ese momento tuve el deseo ferviente de aprenderlas. Por mediación de rara misericordia me han sido entregadas para sortear la pena de tales aflicciones a las que vive condenado todo hombre amante de la verdad.


Segundo desencuentro.

El sentido del amor.

“El amor es el sentimiento más elevado del género humano”. A pesar de que esta es una idea de orden público, y este tipo de ideas son aburridas porque han sido aprobadas por el populacho, el amor tiende a lo positivo. Con esto no quiero decir que logre el bien abstracto de las concepciones judeo-cristianas, ni que sea un fin en si mismo, digo que suele llevar hacia un vértigo vital. El amor es un conjunto de sensaciones y como sensación del alma tiende a mentir, amo las matemáticas porque todo miente menos ellas. El amor miente cuando nos lleva a buscar tener a otros a nuestra merced, miente cuando hace desear el dominio de algún ser, miente al prometer la elevación.
Habría que evitar el amor para poder comprender esta mezcla de ardor, deseo de poder, debilidad mental y soledad.
Ayer podía ver a través de la ventana el cuerpo desnudo de la mujer que vive enfrente., tenía anchas y redondeadas caderas, hombros angostos, labios aterciopelados. La observaba vestirse lentamente, sus brazos eran gráciles como los de una renovada Afrodita, y yo sentí suspenderse mi propia respiración, mi pecho agitado cobraba fuerza, y en ese instante, gracias a la diosa fortuna, vinieron las primeras notas de Wagner a rescatarme, notas que aportan más, son más sublimes y elevadas, que esa cotidiana y casi común piel pálida.
El amor es muchas cosas, pero sobre todo, la incapacidad de estar solos, el amor se resume en la intolerancia hacia nosotros mismos.


Tercer desencuentro.

El sentido del poder.

Poder es una palabra que tal vez sobre en el diccionario, o mejor dicho, debería poseer muchas menos acepciones. El poder hacia uno mismo debería ser el único válido. Para que exista un poder hacia los demás debe considerársele a alguien inferior. El poderoso es un ser lo suficientemente esclavo de la ignorancia como para no darse cuenta que la superioridad existe solo en un campo teórico ajeno a la realidad. Esto me ha llevado a pensar que la única solución posible al problema deberá buscarse en algo parecido a una
Izquierda extrema.
El ejercicio del poder es solo una reacción frente a la inseguridad.
Yo niego todo poder tenga cualquier origen y provenga de donde provenga.

He de liberarme del poder, debo decirle a mi madre que ha comenzado mi insurrección, que seguiré solo mis posturas éticas y filosóficas, que he de marcharme de casa para no volver a verla.
Tal vez ella accederá a esto, el único problema es que tendré que pedir un favor, yo que odio todos los favores, ya que el que otorga un favor siempre lo hace para alimentar su propia vanidad, pero no poseeré ninguna opción, y entonces, entonces tendré que decir:

-Esta todo muy bien, únicamente necesito que me ayudes a cruzar la calle, porque apenas tengo cinco años, y no sé hacerlo solo.

PRIMER DESENCUENTRO

La ciudad suena hueca, desde mi cuarto de hotel, deforme, con las huellas del ocaso pisándole las espaldas. Las sombras crecen, se instalan y toman por asalto a todas las formas y les dan una nueva dimensión y quizás las renombran con un idioma muerto que hace años recordaban algunos juegos de niños, como el quemar un gusanito que había traspasado los límites de la cocina. Quizás es de noche, eso y una nube de polvo que cubre el sol, pero no lo había, estaba perdido por algún lado. A lo mejor estaba escondido detrás de la luna apenado, quién sabe, pero por razones que no entendía, ni siquiera ella que era la más cercana a las verdades del mundo. Ella, pequeña inentendible y loca de a ratos porque pensaba más allá que otros y el mundo. Sólo quedaban la ciudad con sus enormes estalactitas artificiales llenas de concreto y varillas de no sé cuantas pulgadas y todo eso que yacían como plantas muertas, que se deshacían de sus hojas, vidrios que es lo mismo pero ella insiste siempre en llamarlas hojidrios o cualquier cosa con tal de no llorar al hablar de la ciudad. Ella, animalito perdido, que parece que el mundo no le cuadra o no le viene al dedo pues hay que explicárselo todo como a un niño y no hay poder humano que le explique qué es una abstracción y mucho menos qué fue un Manet o un Picasso porque entonces de a ratos pone cara de ya me fui y nos deja todo el trabajo.

Hoy pinta bien el día o la noche dependiendo de a qué hora nos fuimos a dormir. Ayer no encontramos nada, todo sigue tan vacio, tan a mundo moderno, que nos hemos acostumbrado a llamarlo así, tan a la ligera que ya no es ni mundo ni palabra, sólo algo que cae como agua de pantano, silencioso… cae y vuelve a caer…
Los ojos me duelen de no ver nada, o ver lo mismo todos los días. Recorro los cuartos paso a paso, mirando, todo medio muerto o totalmente en la penumbra, esperando como si de pronto cualquier cosa pudiera saltar de las puertas, mostrándome que estoy equivocado y esto es un sueño absurdo de algún tonto que se quedó mirando una película de guerra en algún canal de cable con las palomitas y el control en la mano. Claro, pero en esos casos la tele nos salva con sus suaves teorías o la tía nos despierta con un “M´ijo estás bien, estabas gritando como loco” y el mundo es perfecto porque todos están quizás haciendo lo mismo y en cada casa hay alguien que duerme y comienza a soñar y miraron la misma película que yo y por eso todo esto está pasando como lo miro ahora que estoy completamente despierto, pero no hay una tele junto a mí ni hay tías suficientes para despertar a gusto y que el desayuno y el trabajo esperen por uno, el primero para terminar y el segundo para empezar. Ella toca mi puerta o será… aunque no esté aquí y tengo que buscarla…

REENCUENTRO (Habitación 34)

La puerta se abrió sin más, invitándome con un guiño agudo, casi como un chirrido. La mujer se encontraba en medio del cuarto, en un pequeño sillón de piel. Sólo me veía y no decía nada, yo tampoco lo decía pero no sé, quizás quería que ella empezara, sólo para saber si estaba viva. Puse un pie en el cuarto que estaba medio iluminado por una vela que casi estaba extinta. Las sombras revoloteaban en su rostro, joven pero marchito por el contacto con la soledad. Me acerqué lo más que pude sin robarle el espacio íntimo y miré despacio, pronunciar ningún sonido. Rodeé el sillón, pasé la cama con pudor y estuve cerca de la ventana. Cuando iba a mirar fuera del edificio ella ya estaba detrás colocando sus brazos alrededor mío. Un gemido ahogado salió de su boca, o quizás fui yo, no lo sé. Me dijo –Martín por fin regresas- con un aire de pútrida esperanza.
Me besó el cuello y me invito a su cama. Me volvió a besar reencontrándome, haciéndome sentir unos labios antiguos, quizás era mi mujer o lo fue algún día, pero no importaba, la había encontrado entre las ruinas de este edificio y de mi mente. Y ahora era mía otra vez aunque, puede que no lo fuera nunca. No importaba, ahora éramos dos náufragos buscándose con los ojos para ver si no teníamos heridas graves y nos abrazábamos a una idea y a un cuerpo que existía en nuestra memoria aunque sólo nos hayamos visto una vez. Al paso del sillón pensé que por fin había encontrado mi camino, mi puente hacía mi conciencia perdida, hasta que después de haber hecho todo lo que un cariño lejano podía hacer, me dijo –Gracias por todo, eres un ángel-
En ese momento no era Martín ni un conocido ni nadie, sólo un ángel que había llegado a darle una esperanza ya muerta desde hace tiempo. Cerré la puerta con cuidado esperando no despertarla y me fui con todo mi rencor y desesperación en una mano pensado el porqué de las mujeres de simplemente no decir que ya hay alguien más habitando sus mentes, y se quitan la verdad de un tajo, aunque ya la iba entendiendo cuando bajaba las escaleras, pues quizás yo también tendría a alguien esperándome y nunca hubiera dicho nada. No sé, hay algo que te hace mentir para no estar solo, incluso engañándote a ti mismo para nunca estarlo. Quizás la imaginé eso es todo. En fin de todos modos hay más puertas…

Hugo S. Gonzalez